«C’est l´école qui lui avait appris à dissimuler. Dès le premier jour, il avait compris que dorénavant il aurait deux vies, l’une à l’exterieur et l’autre à lìnterieur, et que cette dernière, il ne pourrait jamais la partager avec personne».
Le Grand Loin. Pascal Garnier.
No me despedà de los chavales. El último dÃa de mi contrato en el Collège pasó como uno más. No les dije que me iba, no les dije que mi contrato finalizaba y que no pensaba continuar aunque me lo ofreciera la principal. De hecho, lo hizo. Me preguntó si querÃa seguir ese mismo último dÃa. HacÃa un mes que ella sabÃa que la profesora titular de español no iba a volver. Le dije que no podÃa continuar y que tenÃa otros planes. También le dije que habÃa hecho todo lo posible para dar clase en esas precarias condiciones. Casi no cabÃamos en la diminuta clase destinada a la enseñanza del castellano.
La mañana siguiente me desperté especialmente ligero y liberado. Esta sensación duró poco. Alguien se encargó de devolverme a la «realidad». La vida no se toma descansos. Por lo que parece en ParÃs nadie tiene el privilegio de dormirse en los laureles. Sin trabajo y forzado a buscar un nuevo apartamento en esta bella y despiadada ciudad, asà estaban las cosas el pasado viernes. Pero la suerte resultó estar de mi parte. Encontré un piso el domingo pasado y en una semana comienzo otro trabajo.
Un amigo más joven que yo, pero que lleva más en tiempo en esta ciudad, me dijo hace tiempo: «En ParÃs te pasas todo el dÃa comiendo mierda hasta que, de repente, cuando estás a punto de ahogarte la ciudad te hace un regalo que te hace tan feliz que se te pone una inmensa cara de tonto». No sé si me habrá quedado cara de tonto. TodavÃa debo digerir todo lo que ha sucedido en estos últimos dÃas.
Ignoro si los chavales estarán enfadados conmigo por no haber seguido y no haberme despedido de ellos, pero era imposible decir adiós a 125 alumnos sin tener que dar cien veces la misma explicación. Estoy tranquilo, hice todo lo que pude.
Nunca me gustó el colegio. Hay algo en los pasillos de los colegios que me pone los pelos de punta.
Muy cerca de mi nuevo apartamento hay un École élémentaire. Ahora mismo escucho el griterÃo de los niños, es la hora del recreo. Acaba de sonar el timbre, las clases vuelven a comenzar.
Diego, me gusta especialmente tu observación sobre la despedida. Para despedir a 100 alumnos habría que despedirse 100 veces. La despedida colectiva no es despedida.Cada alumno es un mundo.
Pues tienes toda la razón, cada uno de ellos era de su madre y de su padre.